viernes, 15 de marzo de 2013

Ilustraciones: La Grylla




El animal, ya sin otros oponentes, avanzó hacia el muchacho. Su paso era renqueante y de su boca goteaba sangre propia y ajena. No obstante, la decisión en su mirada, carente de miedo, le dijo a Armiat que estaba en condiciones de aniquilarle. Esos ojos clavados en los suyos delataron un brillo de sensaciones que no le eran ajenas: ira, determinación, venganza y audacia. Se habían metido en el territorio equivocado, en el territorio de aquellas bestias voraces. Armiat se estremeció asimilando el hecho de que la consciencia despierta de ese animal lo convertía en algo que iba más allá de lo que había esperado.
 
A pocos pasos de él, la bestia frenó y olisqueó el ambiente, mostrando sus dientes como grandes cuchillos curvados. Los dedos del niño se aflojaron, perdiendo fuerza, y el arma quebrada cayó a tierra sordamente. La grylla agachó ligeramente la testa y los hombros, mirándole y emitiendo ese gruñido perturbador. Levantó la cabeza, dejándola a escasos centímetros de la cara del muchacho, y rugió haciendo temblar el bosque.

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