viernes, 21 de diciembre de 2012

Ilustraciones: La conjura política




–Ah, el nuevo señor de la casa Salvino… Un placer conoceros –saludó, intentando ver más allá de su talante para descubrir qué tenía que esperar de él–. Bueno, joven señor, yo siempre sé cosas. Una persona puede estar verdaderamente desesperada por conseguir una medicina para su hijo enfermo, y puede decir muchas cosas que no debería decir, incluso aquellas por las que ha recibido un pago si silenciaba.

–¿Hablas del posadero?

–Hablo de él, y de otros. ¿Me permitís? Voy a servirme un poco de vino –Sacó un vaso de entre sus propio ropajes y cogió la jarra del centro de la mesa. Se sirvió y volvió a dejarla.

El resto tuvo que reprimir el impulso de alejar los propios vasos de sí. Ya nadie bebería de ese vino que Truton había tocado. La familia Someti era conocida por su arte con los perfumes, las hierbas medicinales… y los venenos.

–Decía que sospecho que nadie se ha presentado voluntario para llevar a cabo la parte más desagradable del plan –continuó, impasible ante la animadversión que despertaba–. Pues bien, yo me ofrezco.

–¿Tú? –bufó de risa Corvo.

–¿Y qué interés tienes tú en todo esto? –la voz de Raco, quien hasta entonces había permanecido en silencio, sonó como un dardo envenenado dirigido a Truton. Parecía más bien querer preguntar: “¿Qué interés tenías en asesinar a mi hijo menor?”

–Sí, la familia real no se ligará por matrimonio a la tuya –apuntó Catto.

–Ah, no, eso es verdad pero… No es por ese tipo de vil interés por el que estamos aquí reunidos. ¿No es cierto? –Las palabras de Truton eran punzantes, una acusación en sí, especialmente molesta dado que la mayoría de los aludidos se sabían culpables–. No, se trata de hacer lo que sea mejor para el reino.


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